jueves, 4 de noviembre de 2010

LA OLIMPIADA

      Por una olimpiada más,
están los pueblos luchando;
más yo pregunto, ¿Hasta cuándo
vamos tener que sufrir,
si es que se puede decir
todo lo que estoy pensando?
     
      Se compran embajadores,
igual que tú compras fruta,
y que nadie les discuta
porque venden el honor,
que es causa de gran dolor
por manejar la batuta.

      Va nuestra Reina volando,
a defender bien a España;
Pero un príncipe, con saña,
hace pregunta indiscreta:
¿Sigue matando la ETA?
¡Y nadie defendió a España!

      Los Ingleses nos derrotan,
y siguen con el Peñón,
ha dicho un buen socarrón,
con sorna; mas se equivoca,
mas, para tapar su boca,
nos sobra con la razón.

      Enviamos  Socialistas,
unidos con Populares;
pero todos son iguales
y las luchas son internas,
escandalosas y eternas,
y amigos de las maldades.

      También fueron deportistas
que viven en la “miseria”,
y aquí, la cosa ya es seria;
porque abundan futbolistas
médicos y masajistas,
para hablar de cosas serias.

       Todo Madrid enmudece
y hasta lloran abundante;
por causa del mal talante
pues perdimos la partida,
que ya estaba “digerida.”
Ahora no hay quien nos aguante.


   París se quedó sin almas
-se quedó como el desierto-
y esto que digo, es bien cierto:
Que el inglés nos derrotó;
pero alguno lo pagó
por que hoy, han tocado a muerto.

      Los terroristas nos buscan
igual que a las alimañas;
y nos sacan las entrañas
con júbilo y gran placer;
Porque nos quieren vencer,
usando sus malas mañas.

      Unos, por ser islamitas
mueren y se van al cielo;
Les pasa, igual que al Clero,
cuando nuestra Inquisición,
solo por leer la Biblia,
te queman en un fogón.

     Estamos en guerras santas
entre varias religiones;
que caen en tentaciones
de vencer a su contrario,
luchando como un corsario,
por muy distintas razones.

     Cuando nos matan con bombas,
Y siempre por  fanatismo,
caemos en el abismo
de no querer comprender,
que mueren por no comer,
abuelos, padres y niños.

     Cuando mueren dos personas
por una bomba enemiga,
el pueblo ya determina
que hay que matarlos a todos;
pero escondemos los lodos,
¡Y eso sí que tienen miga!

     Ya nos llaman “pueblos ricos”,
y el resto muere matando;
y Cristo dice: ¿Hasta cuándo?
Más yo no tengo respuesta;
pero al gallo pendenciero,
debemos darle en la cresta.

Cecilio García Fernández
San Martín de Podes



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