Los
santos y mártires de los primeros siglos del cristianismo fueron evangélicos.
El
Nuevo Testamento exhorta a los fieles a contender eficazmente, hasta agonizar,
según el original de la fe “una vez dada a los santos.” Esto es lo que hicieron
los cristianos primitivos, seguros de que lo que defendían era la verdad de
Dios, la verdad completa, tal como se hallaba fijada en los escritos del Nuevo
Testamento, que llamaban entonces “Memorias de los Apóstoles”. En toda
discusión, tanto contra los paganos como contra los herejes, se apelaba a estos
escritos como única fuente de autoridad religiosa.
Los que morían en los circos romanos no lo
hacían, pues, por la fe católica romana, cuyos dogmas han sido elaborados a
través de los siglos, sino por la fe del Nuevo Testamento, la semilla del
Evangelio.
Los católicos suelen decir a los cristianos
evangélicos: “Mirad el santoral romano. ¡Cuántos santos, cuantos mártires,
cuantos fieles confesores de la fe tiene la Iglesia Católica
Apostólica Romana.”
Pero esta alegación es absurda y se vuelve
contra los mismos que la emplean.
Santos y mártires los ha tenido el verdadero
cristianismo en todos los tiempos; pero la inmensa mayoría de los que la Iglesia Católica
Romana se atribuye no le corresponden en
ningún modo en modo alguno.
No le pertenecen por tradición histórica
territorial, porque la mayor parte de ellos corresponde a iglesias cristianas
que pasaron a depender de la jerarquía eclesiástica de Constantinopla, no de
Roma.
Tampoco le pertenecen ideológicamente, o sea en doctrina, pues no puede
demostrarse que santos y mártires de los tres primeros siglos creían lo mismo
que en el transcurso del tiempo vinieron a creer los de Occidente adheridos a
la silla Romana.
Queremos que se nos demuestre que aquellos
grandes hombres que la
Cristiandad entera reconoce y venera como portaestandartes y
testigos de la verdad cristiana, y que se llamaron: san Clemente, san
Policarpo, san Justino, san Teófilo, san Gregorio, y tantos otros padres y
mártires de la Iglesia :
Tenían santos en las catacumbas o en sus más antiguas iglesias, les
encendían luces, se arrodillaban ante ellos y les ofrecían oraciones.
Que se dirigían a la
Virgen María como su intercesora o le rezaban oraciones
aprendidas de memoria.
Que comulgaban o hacían comulgar a los fieles en una sola especie, tal
como siguen haciendo ahora.
Que confesaban los pecados a un sacerdote, que hurgaba para saber y
conocer la vida privada de sus feligreses, hasta llegar a la humillación, en
lugar de hacerlo a Dios en secreto.
Que ofrecían misas por los difuntos, para salvarse con su propio dinero,
aunque este hubiese sido mal adquirido.
Que compraban bulas e indulgencias, que las hay de muy variados precios.
(¡Cuántas más facilidades tienen de salvarse los ricos que los pobres!)
Que celebraban su culto en una lengua desconocida para los oyentes. (Yo
he sido sacristán varios años y respondía en latín, aprendido de memoria, sin
saber lo que decía tanto el sacerdote como yo).
Que creían en la infalibilidad del obispo de roma………
Si nada de esto puede probarse, sino todo lo contrario, ¿no es bien
cierto que los santos y mártires de que tanto se ufana la Iglesia Católica
no eran católicos-romanos, sino cristianos evangélicos?.
En
efecto, el Evangelio es una gracia divina, libre y gratuita para todo el mundo,
que no necesita ningún vehículo humano para transmitirse. Supongamos a un grupo
de almas sinceras en el corazón de China o de la India , en cuyas manos
hubiese caído un Nuevo Testamento, y que, estudiándolo, llegaran a creerlo y
aceptarlo, sin hallarse relacionados con ninguna organización eclesiástica, ni
católica ni protestante (caso que se ha dado ya.
Cualquier
creyente que lea, estudie y examine bien el Nuevo Testamento, observará muy
pronto que le han metido gato por liebre y que la doctrina de Jesús y los
apóstoles se esfumó, quedándose prácticamente con aquellos versículos de la Biblia que no le
comprometen y de esta forma como todos los que hemos sido católicos hemos sido
formados con el catecismo; pero la
Biblia ni nos la mencionaban.(recuerden los 400 años de
Inquisición en los que, por tener en casa una Biblia ya te mandaban a la
hoguera. La historia está ahí y no se puede negar y los años transcurren y los
concilios se suceden, siempre modificando, anulando e inventado, hasta que
llegamos a estos tiempos donde todos los católicos reconocen que la Iglesia Católica
Romana es un imperio muy fuerte, con un poder económico y político que además
de ampararse en Jesús, como hacen todas las sectas, han hecho con las imágenes
un buen negocio, aunque el Viejo y Nuevo Testamento advierte a donde van todos
los idólatras el día del juicio final.
Muchas cosas no son en la realidad lo que desearíamos que fuesen.
Incluso en la misma naturaleza, raramente encontramos la uniformidad y rigidez
de la línea recta. Todo son líneas curvas, ramas que se extienden en formas
caprichosas y diversas. ¿Por qué?. Porque la fuerza vital de las plantas tiene
que desarrollar y extender sus ramas luchando con los elementos o
circunstancias de lugar, clima, tiempo etc. que las rodean; de ahí que, unas
ramas crezcan gruesas y otras delgadas, unas largas y otras cortas; otras se
entrecruzan y luchan para buscar la luz solar que les da la vida.
¿Verdad que también es así en el terreno moral y espiritual?. IGLESIA
SANTA, UNA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA. Pero esta iglesia ¿es una realidad?.
Preguntémoslo a los siglos y a la historia si así ha sido la agrupación
eclesiástica que tiene su centro en Roma; y si puede serlo ninguna de las otras
ramas del cristianismo. Sabemos que no.
¿Por qué?
Porque “las Puertas del Infierno, que “no habían de prevalecer contra
ella”, que no habían de poder eliminar del mundo la verdad salvadora del
Evangelio, no podían dejar, no obstante, de afectarla y herirla.
No
solamente el catolicismo romano (pues no se trata de ser anticatólicos, sino
amigos de verdad), mas también cualquiera de nuestras mejores iglesias pueden,
y están sufriendo, los zarpazos del Diablo, como lo han sufrido de otras
maneras, propias de su época, las iglesias de los primeros siglos. Por esto no
es de extrañar, no solamente las persecuciones paganas (que con ellas poco pudo
lograr el Enemigo), sino los errores, la corrupción o desvío de la doctrina y
la corrupción moral del clero, que llegó a su “clímax” en la misma corte papal,
según han escrito los mejores historiadores
de la Edad Media.
Todo ello es el resultado de hallarse la Iglesia de Cristo sobre la
tierra, acosada constantemente por un enemigo hábil y astuto, pronto a fomentar
la corrupción y el error; ávido de desmerecer la obra redentora del Hijo de
Dios y de atraer descrédito sobre los que llevan el nombre de Cristo en sus
labios.
Por
eso, la Iglesia
de Cristo no puede ser una línea recta desde su fundamento hasta el tiempo
presente, por ideal que ello fuera, sino un árbol de ramas curvadas por el gran
temporal, luchando con el error y el pecado, buscando la luz y la verdad de
Dios, en contra y a pesar de todas las argucias y engaños del Enemigo, y dando
testimonio de esa verdad, a pesar de todo y contra todo.
Esta lucha empieza ya en los tiempos de los apóstoles, aunque en
aquellos días, cuando el Espíritu Santo obraba tan poderosamente en la Iglesia , había rencillas,
divisiones, errores doctrinales y protestas de retorno a la verdad.
Por
eso, queridos lectores, no decir con tanta simpleza: yo creo, sin saber que es
lo que crees. No te fíes de nadie. Vete a las Escrituras y comprueba lo que te
dicen y compara con lo que oyes y hacen hombres como tu y yo; pero que se
arrogan con todo el descaro que ellos pueden perdonar y con euros salvar. Que
poco trabajo cuesta comprobar, con nuestros propios ojos, lo que dicen las
escrituras y compararlo con lo que dicen y hacen. Ver la vida que ha llevado
Cristo y sus apóstoles y comparar con la opulencia de los grandes mandatarios
del clero. Ver el título que tenía Pedro, Juan, etc. y ver los que tienen hoy
los que se visten con tanto esplendor, adornando sus cinturas con paños finos
de color rojo, según el grado de poder que cada uno tiene. ¿Hay que humillarse
ante otro pecador como nosotros y besarle la mano?. Lee la Escritura y hallarás la
respuesta. La Palabra
de Dios es Vida. y no hay engaño en ella.
No
hubo, ni hay, ni habrá ningún hombre en la tierra que sea infalible, excepto
Jesús.
Cecilio
García Fernández