¡Acompáñame Maestro!
porque no quiero andar solo
en un mundo corrompido
que no conoce el decoro.
Quiero comportarme bien
y guardar tú gran tesoro.
He perdido muchos años
sin conocer tú presencia,
recibiendo desengaños
por no conocer tú esencia,
porque a los niños engañan
hombres de poca creencia.
¡Cuantas almas van sin rumbo
por los mares y la tierra,
con los ojos bien cerrados,
y esto es lo que más me aterra,
porque están desamparados
y siempre viven en guerra!
El enemigo es muy fuerte
cuando vives en pecado;
pero si sigues a Cristo
todo queda perdonado;
por que él, a ti ya te ha visto
cuando estabas quebrantado.
Yo no temo las batallas.
Todas las tengo ganadas,
ya que Cristo vive en mí
y él tiene muchas moradas,
para todos los que sufren
como almas desconsoladas.
Mi Cristo cambia las vidas.
Los hombres no cambian nada.
Cristo no pierde una oveja,
todas las tiene contadas;
pero si alguna se pierde,
él deja la gran manada
sube montes, baja valles
y anda por aguas heladas,
buscando ovejas perdidas
y las lleva a su manada,
y en los cielos se festeja
por la oveja conquistada.
Pero; ¿que somos los hombres?
Los hombres.. - no somos nada-
Hacemos muchas maldades
que no quedan olvidadas.
Señor: Yo tengo dolores
porque soy de raza humana;
pero ya me falta poco
para cruzar con mi barca,
navegando, poco a poco;
pero con mucha constancia.
Tú vas en mi humilde barca
y me animas cuando remo
y así voy dejando millas,
por ese camino estrecho;
pero, al verte en la proa,
sé que no me tumba el viento.
Tú calmaste tempestades,
tormentas, quebrantamientos,
reprendiste las maldades
que todos llevamos dentro,
librándonos de los males
de tristezas y lamentos.
Ya nacimos con pecado,
con envidias - que van dentro-
con rencores atrasados,
causa de muchos tormentos;
porque no son perdonados
y esto es historia, no es un cuento.
Yo ya no temo a la muerte,
y estoy feliz y contento.
No me importa lo pasado,
me importa, lo que está dentro.
Nuestro cuerpo vale poco,
y la vida es como un cuento.
Mira como has trabajado,
y todo lo lleva el viento,
por la maldita avaricia
que todos llevamos dentro,
y que nadie te la quita,
y vivirás descontento.
Sube a su barca, Señor,
Ayúdalo, que está enfermo,
que alguno de sus amigos
le hable de arrepentimiento,
y dejará sus maldades,
enraizadas por dentro,
por el pecado heredado,
causa de todo tormento,
que aflige tanto a los hombres.
¡Pero no valen lamentos!
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