sábado, 27 de agosto de 2011

CADA UNO HABLA DE LO QUE TIENE

   Con todo el mal que me sobra,
y el bien que a mí me apetece,
se puede hacer una obra,
gratis, pues nada se cobra,
porque sino, desmerece.

   Y aunque yo quiera callar,
estos taimados dolores,
los tengo que respetar
pues no los puedo templar
y son mis fieles amores.

   Yo para hablar, no me escondo,
quizás hable en demasía;
pero yo siempre respondo
y allí, donde quito pongo,
sin pena, con alegría.

   Lo que digo, mal y pronto,
puede que alguien le haga daño;
mas si callo, no respondo,
por eso, quien pisa a fondo,
sale sin  hacerse daño.

  Y no es cuestión de callar
teniendo que responder;
mas bien es de meditar,
pues si no se puede hablar
muy poco se puede hacer.

   Ya sé que el sabio es prudente
cuando hay que soltar la lengua;
pero hay que mirar de frente
y enfrentarse con la gente,
cuando no hay quien te defienda.

   Si estás triste, es bien seguro
que tu voluntad reposa;
mas si te ves en apuro,
nadie da por ti ni un duro,
y esto es cosa dolorosa.

   Al fuerte le fortalecen,
y al débil se le atropella,
al primero le obedecen
y al segundo le estremecen
de amargura y de tristeza.

  Quien habló claro en Su vida,
fue Jesús el Nazareno,
lo demostró con su herida,
y vida comprometida,
y jamás buscó el dinero.

   Su Palabra es tan valiosa,
y su poder fue tan grande,
que hasta gente rencorosa,
dobló su rodilla honrosa,
ante quien nos quitó el hambre.

   El hambre de su Palabra
y la sed de su querer,
es la tierra que se labra
y no hay semilla, que no abra,
el fruto que ha de nacer.

   Él jamás cogió la pluma
para escribir un renglón;
ni tampoco fue a Luna
ni logró fortuna alguna;
mas me dio la Salvación.

   El no gozó de palacios
ni títulos de “Eminencia”;
pero en todos sus prefacios
nos mostró que sus palacios
son de oro, no son de piedra.

   No estudió filosofía
ni fue a la Universidad;
mas su mayor osadía,
fue decirnos que moría
por quitarnos la maldad.

   Cuando le dieron la muerte,
clavado en aquella Cruz,
nadie ha llamado, por suerte,
acompañarle en su muerte,
porque él, muerto, fue la Luz.

   Otros, cargados de penas
de pecados y fatigas,
les agasajan mecenas,
en número de centenas,
y las gentes como hormigas.

Cecilio García Fernández
San Martín de Podes.

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