martes, 30 de agosto de 2011

LA MALDAD DEL HOMBRE

Raíz de todos los males es la INIQUIDAD que se hereda de nuestros ancestros; no así el pecado por tratarse de un acto voluntario que cometemos por la abundancia de maldad que hay en nuestro corazón y mente, y que decidimos nosotros libremente, bien por envidia, rencores, odios, egoísmo, y cientos de maldades que anidan en nuestro corazón.
      Cuando usted oiga decir que han hecho un santo, recuerde la Palabra de Dios que dice: Bueno no hay ni uno, y cuando Dios dice que no hay ni uno, hay que creerle; pues él no miente. ¿Cómo puedo yo decir que un hombre es bueno si yo carezco de capacidad para conocer todas mis maldades?
      ¿Quién de vosotros, que está leyendo esta cuartilla, no se avergonzaría si supiese el vecino, amigo, jefe de trabajo, sin mencionar a los políticos, religiosos, deportistas, etc. etc., lo que hemos hablado de ellos en reuniones, con otro vecino, en nuestra propia casa, padres con hijos e hijos con padres, sacando todas las miserias que los citados hombres y mujeres, sin darnos cuenta que nosotros estamos pringados de pies a cabeza y nos creemos casi perfectos, para colmo?. ¿No es cierto que no nos atreveríamos a salir de casa?
      ¿No nos daría vergüenza  ver el  hijo del vecino que lleva ocho años estudiando y no termina nunca la carrera? ¿Y esa joven que está tan gorda que da pena verla? Pensar que hablamos mal de todo el mundo y siempre la razón está de nuestra parte. ¡Faltaría más!
      Estamos obligados a vencer la iniquidad que es una raíz muy fuerte que se halla hasta en nuestras entrañas y nos destroza. Los niños formados en iniquidad traen “sordera espiritual”, vamos, que las palabras que se les diga sobre Cristo, les entra por un oído y les sale por el otro.
      Como remedio para librarnos de tanto mal como mora en nuestro corazón y mente, hay que entregarse a Cristo y él perdona todos nuestros pecados, si andamos en obediencia; pero para que en esta vida que disfrutamos y sufrimos aquí en la tierra, no nos vengan enfermedades y desgracias, hay que reconocer lo que somos y orar de todo corazón, pidiendo a Dios, en el nombre de Jesús, que nos perdone por todos los males hechos por nuestros antepasados, hasta la cuarta generación, como si fuésemos nosotros los que los hayamos cometido, diciendo: yo maté, robé, etc. Naturalmente que hay que mencionar todos cuantos pecados  conozcamos de nuestros ancestros;  pero añadiendo más, ya que la maldición de todo pecado recae sobre nosotros aquí en la tierra, aunque la salvación está asegurada por la misericordia de Cristo.
      Recordar que, el Padrenuestro, como oración dice: perdónanos, cuando podía decir: perdóname. Bien; pues sigue diciendo: así como “nosotros perdonamos”, etc. Dios no se equivoca, lo que quiere decir, que él nos manda orar y pedir perdón por todos los pecadores,  pues Dios ama todo lo que él creó y quiere que nos salvemos todos.
      En Levíticos 26:1 y 21, dice: No haréis para vosotros ídolos ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios. Si anduviereis conmigo en oposición, y no me quisiereis oír, yo añadiré sobre vosotros siete veces más plagas según vuestros pecados.
      Aunque por ignorancia,  la gente se toma a broma todos los mandatos y advertencias que Dios nos hace, hay que tener muy presente que nacemos con pecados heredados, que son enfermedades, como  abortos, porque han abortados mujeres de nuestros ancestros, sexo en abundancia, por la misma razón, crímenes, maldiciones, homosexuales, y todas las aberraciones que hoy y siempre existieron.
      Nos parece que los niños pequeños son auténticos ángeles. Bien es verdad que Cristro los salva a todos; pero no olvidemos que ya de muy pocos años son crueles para otros niños, y la palabra ¡no….! está siempre ahí en sus bocas, protestando, recordándonos la desobediencia con la que han nacido. La envidia también se manifiesta en todos los niños, y “seguimos” siendo envidiosos hasta la muerte.
       Demos gracias a Dios que Cristo siempre está dispuesto a recibirnos y salvarnos, si vamos a él con humildad pidiéndole perdón.
Respecto a la envidia, hay que tener  presente que para el ser humano  es peor que el cáncer y  el sida, ya que estas enfermedades solo matan el cuerpo; pero  puedes salvar el alma; mas con la envidia no, porque las enfermedades citadas son del cuerpo, y el cuerpo no tiene valor alguno, en el campo espiritual; mientras que la “envidia”  no está en los riñones o el hígado. La envidia está en el en el alma y no hay cirujano en la tierra que la pueda extirpar.
      ¡Por favor!, medita un poco, no es tan difícil. Mira lo que somos, de dónde venimos, a donde vamos.   Mira que hasta un pequeño pájaro es una obra maravillosa. Observa una planta, mira el mar y todos los tesoros que guarda, mira los pájaros volando en formación, como el mejor ejército; pero estos no hacen  instrucción, traen la lección aprendida. ¡Quién será el instructor? ¿En qué piensas? ¿Es posible salvarse sin entregarse al Salvador? ¡Naturalmente que no!
      Marcos 16:15-16. Y les dijo: Id por “todo” el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere será salvo; mas el que no creyere, será condenado. 
      Estas palabras de Jesús han sido burladas, ignoradas, modificadas, ya que Él dice: el que creyere y “fuere bautizado” será salvo; pero la Iglesia oficial no dice nada (ignora, oculta); pero hace lo que quiere y bautiza los niños a los ocho días de nacer. Jesús no dijo tal cosa. Primero creer, y luego confirmar esa  creencia bautizándote; pero lo que hacen es bautizar al recién nacido y decir: un católico más a la lista, como hacen los políticos: ¡un voto más!
      También dice el versículo 15: “predicar el Evangelio”; pero, ¿qué Evangelio se predica si todo está  ocultado? Jesús ordenó predicar su Evangelio, no mandó adorar santos y vírgenes. Jesús mandó predicar su Evangelio; pero no mando fundar una empresa para fabricar santos en serie. Jesús mandó predicar su Evangelio; pero jamás dijo que había un Purgatorio y que, pagando “misas” –los que pueden- ganarían el Cielo. Las palabras de Jesús son de autoridad, y él dice: El que no creyere en mí será condenado. (versículo 16)
      En Lucas 1:46 y 47 dice: Entonces María dijo: Engrandece “mi alma al Señor” (se refiere a su hijo Jesús); y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. (Para quien lo ignore, le diré que el Salvador es Jesús. No hay otro.)
     La Iglesia Católica dice que María fue virgen después del parto; pero la Biblia dice, en San Lucas 2:7: Y dio a luz su hijo PRIMOGÉNITO, y lo envolvió en pañales.
      En S. Mateo  13:55 dice: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus “hermanos” Jacobo, Simón, José y Judas? (también tenía hermanas) ¿No están todos sus hermanos con nosotros? ¿De donde, pues, tiene éste todas estas cosas?
      En el Evangelio de S. Lucas 8:20 y 21. Y se le avisó diciendo: Tu Madre y tus hermanos están fuera y quieren verte. Él entonces respondiendo,  les dijo: Mi Madre y mis “hermanos” son los que oyen la Palabra de Dios, y la hacen.
      Los Católicos se arrodillan ante el papa y le besan la mano. En HECHOS 10:25 y 26 dice: Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Más Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre. ¿Cómo es posible que durante tantos años que existe la Iglesia Católica no hubo nadie que leyese estos versículos. Si los leyeron, ¿porqué los desprecian? Así, como éste ejemplo, podíamos poner muchos; pero para muestra…
      Romanos 7:14 al 21, Pablo escribe: Porque sabemos que la Ley es espiritual; más yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco,  eso  hago. Y si lo que no quiero,  esto hago, apruebo que la Ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien mora en mí; pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
      Como habréis observado, esto parece un rompecabezas; pero para quien haya leído las escrituras resulta muy sencillo. Siempre venimos a parar a lo mismo. Hemos heredado el pecado y viviremos siempre siendo pecadores; pero los que hemos aceptado a Jesús, como nuestro único Salvador, estamos seguros de nuestra salvación, pues está la Biblia llena de versículos, que son promesas de Dios, que nos aseguran la salvación.
      Efectivamente, a Pablo le ocurría lo que nos pasa a todos los cristianos, pedimos a Dios que quite de nuestro corazón y mente todo lo malo; pero está así establecido por Dios y seguiremos criticando al hermano, al vecino, a los políticos, a todo lo que se nos ponga por delante. La crítica, los comentarios sin fundamento nos hacen mucho daño  y  estas palabras, ¡sin mala fe!, como decimos, son como una rueda que, cada vuelta que da,  va aumentando la velocidad y pilla todo lo que se le pone por delante.
       La “verdad  ó mentira”  que salió de nuestra boca,  que al principio era del tamaño de una mosca, termina por ser un elefante, porque nuestra maldad la va modificando, siempre hacia el mal.
      Esto es lo que pasa entre cristianos. A estos pecados que no quiero hacer; pero hago, aún pidiéndole al Señor de todo corazón que me cambie, ¿qué no harán los que no se han entregado a Cristo. No somos mejores los entregados a Cristo que los católicos Romanos; pero hay una gran diferencia. Nosotros, pecando; respetamos los mandatos de Cristo. ANDAMOS EN OBEDIENCIA. Yo doy las gracias a Jesús y al Espíritu Santo por el nuevo nacimiento, llamado también cambio de mente y corazón; pero un católico no puede tener ese cambio por desconocer las escrituras y seguir los mandatos de hombres tan pecadores como ellos. Cuando un cristiano se desliza obrando mal, el Espíritu Santo le avisa y de ésta forma nuestra conducta está en armonía con Dios y en nuestro corazón hay paz.
     Quien no acepta a Cristo como su único Salvador no puede recibir el Espíritu Santo.


Cecilio García Fernández
San Martín de Podes

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