sábado, 27 de agosto de 2011

MENTIRAS Y VERDADES (Final)

      San Agustín, en un comentario sobre la primera epístola de San Juan, dice: ¿Qué significan las palabras “Edificaré mi Iglesia sobre ésta roca?  Sobre ésta fe, sobre eso que me dices: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

      Los primeros obispos de Roma no fueron Papas, ni pretendieron ser infalibles; y muchos de los que después se arrogaron el título, ni fueron santos, ni infalibles, ni siquiera verdaderos obispos de la Iglesia de Dios.

      Tenemos muchas pruebas de que los primeros obispos de Roma  no pretendieron el papado para sí mismos, aun cuando el hecho de ser obispos en la Sede del Imperio Romano  les confería cierta dignidad y respeto de parte de los demás obispos de la cristiandad.

      Dicen ser infalibles. ¡Dios mío que atrevimiento!

      Que los papas de Roma no han sido jamás infalibles se prueba abundantemente por la Historio. ¡Si no llegase a existir la Historia….!

      Para ello no necesitamos citar a los que, como San Esteban V  y  Formoso I, no se perdonaban ni en la muerte, anatematizando y excomulgando el cadáver del antecesor; ni a los que, como Benito IX, Juan XX y Gregorio VI, compraban y vendían  la silla papal  por florines de oro..

      Es una pena que almas de buena fe tengan que leer esto, y me quedo muy corto, para no herir tanto; pero perdonarme que os tenga que anunciar, como últimas palabras sobre este triste tema, que el verdadero origen del papado  no radica ni en Cristo ni en el apóstol san Pedro, sino que, como tantos otros dogmas expuestos anteriormente, tiene como causa original  las costumbres y prácticas del paganismo.

       Según nos dicen “fuentes autorizadas del clero español”, el ochenta por ciento del pueblo es católico romano. Naturalmente que me están contando a mí, que solo creo en Cristo y renuncio a toda religión,  por causas ya expuestas. ¿Cómo es posible que leyendo los evangelios y conociendo la vida y obra de Cristo nos engañen con tanta facilidad?  

      Ellos, como dice la Palabra, reciben unos la gloria de los otros y disfrutan de todos los placeres que el dinero les proporciona; pues todos sabemos, porque lo estamos viendo, que flotan en la abundancia, rodeados de todas las comodidades y placeres.

      Hay que repetir y pensar en las palabras que Jesús dijo: Hacer lo que “ellos” os mandan; pero no hacer lo que ellos “hacen”.

       Dios no quiere pobres y mucho menos miserias. El dinero es bueno, lo malo es la ambición.
       Nadie quiere imitar a Jesús, pues el vivió como un pobre y no tenía donde recostar su cabeza; pero lo que al mundo le gustaría es poder vivir como el representante de Pedro, lleno de comodidades que todos conocemos porque se ven claramente, mientras el mundo se corrompe, precisamente en los países más católicos del mundo.

        ¿Cómo es posible que se abandone a Jesús, el Creador del mundo, y se sigan a hombres con hábitos y costumbres paganas?

       Los hombres y las figuras, sean de pintura, madera ú oro, no pueden cambiar el alma de un hombre. Jesús puede y lo está haciendo todos los días, para la Gloria del Padre.

       Éste Cristo Glorioso y Poderoso queda en el olvido, y vamos a rendirnos y entregarnos a hombres de mucho poder político y económico, que en el transcurso de la historia han sido los fuertes, los que iban acompañando las tropas invasoras e imponiendo su religión a los dominados, a sangre y fuego y que hoy tienen mucho peso en la política, como todos bien sabemos. 
 
      Hablen con Jesús y díganle de corazón: Señor Jesús, he sido engañado durante muchos años, y he llevado una vida que a ti no te agrada; perdóname. Toma mi vida y cámbiala. Haz de mí un hombre nuevo a partir de este momento. Quiero servirte  a ti solamente. Con estas simples palabras recibirás a Cristo –y el Espíritu Santo- en tu corazón, y tendrás la salvación eterna; pero dejarás de creer y adorar todos los ídolos existentes, en los que creías.

       Esta simple oración, u otra similar, que salga espontanea de tú corazón, y que puedes decirla en cualquier lugar, sin necesidad de templos ni de nadie; pues Dios no habita en edificios de cuatro paredes, como indica su Palabra.

      Hay que tener muy  presente que  dependemos de Dios  y como intermediario único   Jesús, que fue quien derramó su Sangre para darnos la salvación. Jesús es el único que murió por salvarnos, y por tanto él es el único que puede perdonar. Es imposible que, un pecador pueda perdobar a otro pecador.      

Cecilio García Fernández

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