lunes, 22 de agosto de 2011

NUESTROS NIÑOS

     Hay niños sin padres

que cuentan sus penas,
porque dan la sangre
que fluye en sus venas.
     Niños inocentes
que cargan “cadenas”,
que comen, si comen,
trabajan, no juegan,
gimen y no ríen
por hacer faenas,
y pagan con frutos
sus largas condenas.
Trabajo a destajo
de mala manera,
siempre mancillados
igual que un “cualquiera”,
por ser niños pobres
sin una carrera.
Solo estudia el rico,
¡el pobre que muera!;
pues nos sobran niños
de mala ralea,
sencillos y nobles
hábiles cual hiedras,
que suben y bajan
por una escalera,
llevando su carga,
pesada ó ligera.
     ¿Cuál será la historia
sí en sus propias tierras
les dan malos tratos,
abusos y quejas?
     ¡Malditos los hombres
que no admiten quejas,
porque ellos durmieron
en  cunas muy bellas!   
     Los niños que sufren
en la edad más tierna
nos darán el pago
de la infiel doncella.
     ¡Hay niños sin brazos,
hay niños sin piernas,
hay niños que duermen
en frías cavernas!
     Que Dios nos los cuide,
Cristo los proteja,
pues ya se han oído
en el Cielo quejas.
     Hay niños  heridos
por ir a las guerras,
porque ellos ya luchan
sin formular quejas.
     ¡Si los niños cantan,
si los niños juegan
allí en nuestras plazas
jugando a peleas,
es que están contentos
por dentro y por fuera;
pues los niños pobres
son como la higuera
que da el fruto gratis
y nadie la riega!
¡Que amarga es la vida
dónde no hay conciencias!
¡Hay niñas violadas
solo  por ser bellas!
¡Hombres como diablos,
como crueles fieras,
devoran la carne
tan pura, tan tierna!
     Cantaban las niñas,
jugando  a doncellas;
reían  gozosas
jugando  a  la cuerda.
     ¡Vigilan los lobos
mientras se pasean,
y ojean las carnes
miran a las piernas,
observan los rizos,
de rubias  melenas
que bailan al viento
que sopla en la arena.
     Los diablos se acercan
con cierta cautela
porque ellos son sabios,
con el alma negra,
que engañan lo santo
que existe en la tierra.
     ¡Malditos los hombres
de esta nueva era
que destrozan almas
blancas como arena,
puras como el agua,
santas y serenas,
como aguas tranquilas,
que brillan cual perlas
y  gozan  bailando
junto a las riberas,
sin  dañar a nadie.
¡Que nadie las hiera!
     Me gustan los niños,
les gusta a cualquiera;
vigilemos  todos
las calles enteras.

Cecilio García Fernández

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