martes, 30 de agosto de 2011

LA SALVACIÓN

El Salvador de éste mundo,
nació donde no debía.
¿Cómo nació en un pesebre,
el Rey que nos salvaría?
¡Y nació, entre animales!
¡Dios mío, quien lo diría!
Siendo él, el Rey de reyes,
y el Dios que nos salvaría,
vino a vivir como pobre,
el buen  hijo  de  María.
José se llamó su padre;
pero  otro  padre  tenía;
más éste estaba en los cielos
y sabía lo que hacía.
El Trino estaba sufriendo,
ya que todo lo sabía;
pero el pueblo lo ignoraba,
o saberlo no quería.
Vinieron muchos pastores,
ángeles también había,
y  no faltaron los reyes,
que había en la lejanía.
Lo adoraban en el Cielo
porque del Cielo venía;
pero  nació  de  mujer,
llamada  Virgen  María.
Muy pronto le persiguieron,
pues Satanás lo sabía.
Mataron  los  inocentes
creyendo que él moriría;
pero ya estaban ausentes
con el que nos salvaría,
que lo llamaron Jesús
y en una cruz moriría.
Él fue quien trajo la Luz,
la Luz que el Padre tenía.
Fue la Luz que nos salvó
de la tremenda caída
por culpa de una mujer
que cometió la osadía
de escuchar a Satanás,
el rey de la cobardía.
Con ella, cayó el esposo
y los que detrás venían,
y fue muy duro el castigo
que a todos nos tocaría,
y eso que llovió bastante;
pero poco importaría,
ya que Cristo lo venció
cuando en la cruz se moría.

 El Verbo se hizo carne

y era hijo de María;
y de esta forma tan pura,
Dios, a su Hijo nos envía;
para salvarnos a todos,
ya que en nosotros había,
gran multitud de pecados,
de engaños y de osadías;
pero todos no se salvan,
porque existen  cobardías,
no quieren pedir perdón,
al que a todos salvaría.
No te quieres humillar,
te crees que es cobardía;
pero es la  pura humildad.
¿Acaso no lo sabías?
¡Que pobre es la humanidad!
¡Que poca sabiduría!
y que grande la maldad;
mas nuestro orgullo seguía;
pero Cristo nos ampara
y perdona la maldad,
a todos los que se humillan,
con el perdón de verdad,
ya que los que mucho “chillan”,
todo es pura vanidad;
pues de esto tenemos todos,
y muy poco de “verdad”,
por eso Cristo, en la Cruz,
vino a sufrir y a salvar,
a todos los pecadores,
pues todos hacemos mal.
¿Cómo le pagamos todos?
con un vivir muy banal,
siempre pisando los lodos,
como cualquier animal.
¡Mira que, de todos modos,
siempre nos vamos al mal
por eso, yo te propongo,
un buen río con caudal,
donde naveguemos todos
los que abandonan  el mal,
al amparo del Dios Santo
que perdona de verdad,
y remará en nuestra barca
con toda seguridad.
Por eso olvida los hombres
que te quieren engañar,
y son amantes del oro
 y de toda vanidad.

Cecilio García Fernández

San Martín De Podes

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