sábado, 27 de agosto de 2011

MIS PADECIMIENTOS

   En mi, no quiero que vivan;
ni puedo hacer que se mueran,
pues todo lo que quisieran,
si es malo, que mal se esquiva,
pues nadie quiere en su vida
amores que no consuelan.

    No puedo saber que piensa
mi penado pensamiento;
ni puedo decir que miento
cuando no pienso en maldad,
hay que buscar la verdad
como agua para el sediento.

   Todos mis padecimientos
ya son parte de mi vida.
¿La te tendré bien merecida?
¿Me provocan descontento?
El que sangra por su herida,
es porque la lleva dentro.

   Esto es parte de la vida,
pues naces para sufrir,
luego tienes que morir
y vas luchando y sufriendo,
hablo ¿mas que estoy diciendo?
¡Jamás lo sabré decir!

   Y andando así de perdido,
voy de cadena en cadena,
con lágrimas que dan pena,
con penas que son tormentos
de amarguras y lamentos
que son como una condena.

   Ya no me siento perdido,
aunque voy de pena en pena,
mi deporte preferido
es una alegría ajena.
¡Jamás te des por vencido!
¡Suéltate de la cadena!

   Voy recorriendo caminos,
ya tengo cerca la meta,
mas siguen los desatinos,
voy de cuneta en cuneta,
¿no lo sabrán mis vecinos?
¡Dios no ahoga; pero aprieta!

   Todo aquello que no es mío,
apártalo de mi mente,
es remedio, en que confío,
y practico diariamente,
si    si me meto en un buen lío,
   sácame seguidamente.

   Que todo esto se cumpliese
es lo que yo más deseo;
pero si alguien maldijese,
bendice lo que poseo,
y quítame los dolores,
pues necesito un recreo.

   Ya he padecido bastante.
Dime, dónde está la meta.
¡Mira que soy caminante!
Más soy como una veleta,
aguanto con tus calmantes,
y no olvido tu receta.

   Hágase tu voluntad,
yo solo cometo errores,
quita de mi la maldad
y no dejes mis dolores;
mi fruto, es la vanidad,
¡cámbiamela por amores!

   Dolores e invalidez:
Yo soy vuestro prisionero,
¿puedo yo salir, tal vez,
si os pago con dinero?
Esta es la ley de los hombres;
pero ésta ley, no la quiero.

   Dolor: ¿Por qué no me dejas?
¿Por qué me estas afligiendo?
Cuándo escucharás mis quejas,
las que me están consumiendo.
Estoy dentro de tus rejas.
¡Créeme, porque no miento!

   Este cuerpo tan pesado
que no lo mueven mis piernas,
me trae muy quebrantado,
más Dios, que me abrió sus puertas,
me dijo: Tu estás salvado.
¡Levántate ya, despierta!

Cecilio García Fernández

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