lunes, 15 de agosto de 2011

PRIMERA EPÍSTOLA DEL APOSTOL SAN PABLEO

E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios se manifiesta en carne,
Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria.
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En pesebre, nació santificado,
entre pajas de múltiples colores,
y allí Le hallaron reclinado,
al sublime amor de los amores.

Lo hallaron en humana vestidura,
carente del poder que antes tenía,
y hallaron al Rey de la Ternura
aquel que por nosotros moriría.

Démosle nuestro amor, hasta la muerte,
por ser Señor de los Señores.
Aplaudámosle todos; pero fuerte,
por dar Su Sangre a pecadores.

Rindámonos tan solo a Jesucristo,
muerto en la Cruz como un tirano.
Creer en Él, es darle por bien visto,
ya que Él nos dio el Don de ser Hermanos.

Hoy nadie ya en el mundo puede darle,
el amor que nos dio -no merecido-
y quién a Él, hoy puede compararse,
por ser un hombre y Dios, el bien nacido.

Si alguno de nosotros –con justicia-
creyera ser un santo ¡está listo!
Nuestros actos son trapos de inmundicia
si comparas el amor de Jesucristo.

¿Que nos damos, los unos a los otros,
que no sean maldades y avaricias?
Qué daremos, si somos como potros,
amantes de lo malo, e inmundicias.

Cecilio García Fernández

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