viernes, 12 de agosto de 2011

QUIERO CREER

     En varias ocasiones, hablando con personas que han leído alguno de mis versos, suelen decirme que les gustaría   tener  la fe que yo tengo. También hay quien me critica por haber dejado  la fe que tenía en el Catecismo de mi infancia, que  fue el que me llevó a ser un ateo, ya que  jamás entró en mi humilde cabeza que  yo tenía que decir a otro hombre mis pecados, y que un hombre, por mucha teología y filosofía que haya estudiado, no está autorizado, ni capacitado por Dios, para  perdonar pecados, ya que por medio de la confesión nos humillaban a los niños y a los mayores, haciendo preguntas vergonzosas, especialmente sobre el sexo. Luego nos ponían largas  penitencias, que consisten en repetir varios rezos, según su criterio.  Por supuesto que muy pronto dejé de creer en  dichas  confesiones  y,  naturalmente, también dejé de creer en todo cuanto me decían. Dios es el único que perdona nuestros pecados, y sin necesidad de mencionárselo uno  por uno, ya que el pecador conoce una parte; pero cometemos muchos que no conocemos. Lo que el Señor quiere es nuestro sincero arrepentimiento y que le pidamos perdón; pero penitencias no pone. Él perdona y para siempre. Luego cuando tenemos un desliz, sí hay que pedirle perdón. Jesús dijo: El que en mí creyere será salvo.  Dios nos dice en su Palabra, que él no habita en  edificios de cuatro paredes, y yo, en mi ignorancia, cuando entraba en un templo me sentía con temores. Ahora sé que a Dios lo puedo y debo adorar en todo lugar y momento; pero siempre con palabras que salen de mi corazón, no palabras que otro hombre me haya redactado. Incluso el Padre Nuestro que Jesús nos enseñó, a requerimiento de los Apóstoles, es como enseñanza, ya que si estamos repitiendo esta hermosa oración, termina por ser una rutina que carece de valor. Esto sería entonces equivalente a “rezar”, que según el Diccionario de la Lengua, entre otras cosas,  dice: Recitar el oficio divino, decir ó decirse en un  escrito una cosa. Refunfuñar,  Jesús nos enseñó a orar y él oraba muchas horas. Orar  es hablar  con el Padre, como quien habla con un amigo, en el que cree y confía.

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