viernes, 5 de agosto de 2011

SOCIEDAD DE CONSUMO

   Si no ayudamos a nadie
y no hablamos al vecino,
que porvenir nos espera,
en esta triste carrera,
si todo es un desatino.

   Vivimos enloquecidos

en sociedad de “consumo.”
Estamos envanecidos
derrotados, no vencidos.
No somos fuego ni humo.

   ¡A mí, no me pisa nadie!
¡Yo no me doy por vencido!
Visto, cuando hay que fardar,
hablo, cuando hay callar,
y no estoy arrepentido.

   Mi orgullo es la gran pasión
y mi vanidad lo expresa,
soy dueño de la razón,
y esto no es una ilusión,
me dicen, que es gran torpeza.

   Disfruto del “botellón”,
me gusta la algarabía,
fumo puros, a montón,
rompo bancos, sin razón,
y esto un día, y otro día.

   ¿Qué más se puede pedir
para disfrutar del bien?
Hacer mayor alboroto,
trotar, lo mismo que un potro,
o golpear una sartén.

   Mis pelos ya están de punta
y lucen varios colores,
las orejas con anillas,
lo mismo que las chiquillas
cuando empiezan los amores.

   Inventamos mil palabras
que no tienen fundamento;
pero entran en la Academia,
y el fruto es pura pandemia,
por no ser  bueno el invento.

   Pena dolor y amargura
siento por lo que he expresado;
pero existen consecuencias,
luego las maledicencias
por no estar bien educado.

   Esta expresión callejera
llega a la Universidad,
luego se escribe en la prensa
sin recibir recompensa
por tan tremenda maldad.

   Esta pena es sin medida,
con desiguales dolores
y una rabia dolorida
que solo dará en la vida
incluso, males peores.

   Esta verdad que yo afirmo,
porque la puedo afirmar,
viene a ser como un bautismo,
que al nacer, viene el atisbo,
de afirmar, o confirmar.

   Siento dolor por decir
lo que tengo que penar;
más nunca he de maldecir;
mas bien he de bendecir
y andar siempre en la verdad.
  
   Voy de firmeza en firmeza,
voy de tesón, en tesón,
no humillaré la cabeza
cuando obro con entereza
y Dios me de la razón.

   Yo clamo por la humildad,
quiero dejar el orgullo,
no andar mas en vanidad,
defender la libertad
y no meterme en magullo.

   Es muy sencilla la vida
si seguimos al Maestro,
haciendo lo que él nos diga,
reconociendo su herida,
y orar bien el Padre Nuestro.

Cecilio García Fernández

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